Mancias. Textos mágicos

Concepto

Mancia es término que proviene de la palabra griega manteia, ‘adivinación’, que a su vez es vocablo relacionado con la importantísima raíz indoeuropea men, que significa ‘pensar’. De modo análogo, la voz equivalente profecía está relacionada en su étimo con ‘decir’. Por tanto, se puede concluir que mancia es una voz interior que comunica al profeta con la divinidad, algo parecido al concepto de daimon que expone Sócrates, pero también a otros muy comunes en las tradiciones populares: así, el espejo de la bruja de Blancanieves no es otra cosa que el avatar de la clarividente bola de cristal.

En castellano, el sufijo -mancia se usa principalmente como elemento compositivo, en palabras como cartomancia, ornitomancia y quiromancia.

Las mancias son prácticas vinculadas a una concepción mágica de los signos, del lenguaje y de los textos, que se expresa en numerosas acciones, como los augurios y los oráculos, entendidos como mensajes procedentes del ámbito sagrado, que requerían ser decodificados por unas determinadas personas (sibilas) y en unas determinadas circunstancias.

Modernamente, desde madame Blavatsky, las mancias se vinculan al esoterismo, al espiritismo, a las prácticas de la New Age, etc., en una clara revalorización de las prácticas paganas precristianas.

 

Análisis

En relación con su naturaleza sagrada, el valor mágico-ritual de la palabra es innegable en la cosmovisión antigua. Hechizos, oraciones, ensalmos, exorcismos, bendiciones y maldiciones forman parte de las artes mágicas, cuyo núcleo se sustenta en la invocación o el conjuro de la divinidad. En efecto, antes de la utilización de los que propiamente pudiéramos denominar textos o libros de magia (los ciprianillos medievales), ya los romanos escribían en tablillas textos mágicos, las llamadas defixionum tabellae (Villamando, 2002), en las que, sobre plomo, bronce, estaño u otros materiales, se hacían grabar terribles maldiciones en contra de otra persona, y que se depositaban en pozos, tumbas y lugares que servían de comunicación con las divinidades infernales.

Que las prácticas mágicas y esotéricas pervivían, a modo de sustrato, en la sociedad posclásica es algo que sabemos no solo por testimonios como el de san Martín Dumiense, sino por todo el corpus de leyendas y tradiciones folclóricas. Por ejemplo, lagos y lagunas del norte de España, como los de Sanabria, Maside e Isoba, son explicados por mitos etiológicos con un patrón similar: alguien llega a la aldea (a menudo, Jesús disfrazado de mendigo) y no es atendido por nadie (a veces solo por una persona). En castigo a esta infracción de la hospitalidad, regla básica del mundo antiguo, se produce la maldición que provoca la inundación del pueblo, en cuyo lugar surge el lago o laguna.

La tradición esotérica de conjuros y hechizos no solo perduró en las expresiones orales y rituales, sino que también llegó a la cultura escrita en forma de libros de magia, y a ello contribuyó también la tradición oriental. No en vano las leyendas de artes mágicas se asocian a lugares con intervención de personajes míticos o donde ha habido una presencia cultural judía o islámica, como ocurre con las cuevas de Salamanca y de Toledo, asociadas a las artes mágicas o a ancestros como Hércules. Tradiciones que autores como el padre Feijoo trataron de desacreditar, pero que dieron lugar a libros mágicos, como los grimorios. Un grimorio es un libro de conocimiento mágico escrito entre la Alta Edad Media y el siglo xviii, y suele contener correspondencias astrológicas, listas de ángeles y demonios, instrucciones para lanzar encantamientos y hechizos, mezclar medicamentos, o medios para invocar entidades sobrenaturales y fabricar talismanes. Su equivalente español de los siglos xviii y xix es el Gran Libro de San Cipriano, que se usó especialmente para buscar tesoros ocultos. Son textos emparentados con la demonología europea, que deben mucho a una síntesis de tradición oriental y occidental. No solo daban instrucciones para hallar tesoros ocultos, en ellos aparecían muchas otras operaciones taumatúrgicas, como volar por el aire o hacerse invisible, y, en otros casos, se trascendía la búsqueda de un objeto perdido para referirse a saberes más complejos, como los propios de la alquimia. También hay orientaciones distintas según el tipo de magia practicada, que se plasman en los llamados «ciprianillos blancos» o «ciprianillos negros» (Missler, 2006).

 

Implicaciones

Las prácticas de las ordalías

Las ordalías eran pruebas rituales en las que se hacía una lectura adivinatoria de las señales mágicas: el buey que se detiene para marcar el lugar donde la estatua de la Virgen quiere «quedarse», o las luces y los cánticos que señalan la tumba de Santiago, son ejemplos de estas epifanías. Las ordalías o juicios de Dios formaban parte de las leyendas basadas en la costumbre como forma de impartir justicia, que se aplicaba en la Edad Media a distintas clases de delitos, por ejemplo a una mujer adúltera. El Tipo 303 de la clasificación de Aarne-Thompson, que corresponde a los hermanos gemelos o de sangre, marca la pauta en cuanto a señalar un objeto que debe ser interpretado, así la cerveza enturbiada significa que algo le ha pasado al otro hermano. Supone una lectura alegórica, que superpone al plano literal otro significado que solo el intérprete cualificado puede colegir.

Textos mágicos vs. textos religiosos

Siguiendo las teorías de Aurora López (2002), podemos diferenciar entre magia y religión como dos ámbitos básicos en función de estos rasgos:

 

 

La morfología de las tablillas de maldición se ajustaba perfectamente al fin de la magia, y lo mismo pasa con los grimorios, textos iniciáticos y ocultistas. La explicación sociocultural también es coincidente: el pandemonismo inicial de las religiones preindoeuropeas, que tenían cultos locales y muy vinculados a lugares concretos, frente al panteón olímpico, con cultos más concentrados y no tan dependiente del «genius loci». No olvidemos que la búsqueda de un tesoro, o la maldición, o los ritos curativos, siempre están ligados a númenes del lugar; por ejemplo, la comunicación con los dioses infernales requiere siempre una boca, sima o pozo cercanos. Los libros imaginarios o secretos de la tradición moderna, como el Necronomicón, también comparten ese carácter de textos secretos, prohibidos o condenados.

Estamos siendo testigos de un auge de programas y prácticas de tipo esotérico, en los que se pretende dar respuesta a inquietudes vitales de grandes sectores de la población, que encontrarían en adivinos, echadores de cartas, médiums, etc., consuelo e ilusión, manteniendo a las clases menos cultas sin cuestionarse el porqué de su penosa situación (Fregoso Peralta, G., 2010 b).

 

 

Referencias

 

López, A. (2012), Magia y remedios en la literatura grecolatina: el ejemplo de Medea,
www.gipuzkoakultura.net/ediciones/antiqua/antiqua11/magia.rtf

Missler, P. (2006), «Las hondas raíces del Ciprianillo. 2.ª parte: los grimorios»,
Culturas Populares, Revista Electrónica.

Villamando Ferreira, A. (2003), «Las palabras son objetos y además proyectiles
peligrosos: actos de habla y “lingüística popular” en las defixionum tabellae romanas»,
Espéculo, n.º 23, www.ucm.es/info/especulo/numero23/tablilla.html

 

Fecha de ultima modificación: 2014-02-11